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Megan Wing, paciente asesora del Programa Consultivo de Pacientes y sus Familias

Soy superviviente de sarcoma de Ewing. Me lo diagnosticaron a los 32 años. Yo no tenía ninguna experiencia con el cáncer, a excepción de lo que había visto en la televisión o en películas. Esas eran versiones insuficientes de lo que pasa en realidad, pero eso es tema para otra ocasión. Estoy aquí para agradecerles a mis cuidadores que, para mi fortuna, fueron dos.

Mi esposo, que estaba recién llegado a su trabajo, asumió el control y sostuvo nuestra vida en equilibrio como si fuera una pelota en la punta del dedo, mientras se aseguraba de que yo tuviera todo lo que necesitaba y él hacía las cosas que me tocaban a mí. Recuerdo que antes de sumergirnos en la situación pasamos un rato en el sofá llorando, el uno en brazos del otro. Luego nos secamos las lágrimas y nos pusimos en acción. Él es la roca en quien me apoyo y de cuya fortaleza derivo la mía.

Hemos sobrellevado todo esto juntos. Mi esposo se entendía con los médicos y las enfermeras cuando yo ya no podía procesar más. Se quedaba hasta tarde conmigo en el hospital mientras yo recibía la quimioterapia. Me afeitó la cabeza cuando los restos de pelo corto se comenzaron a caer. Pero hizo mucho más que eso. Cuando pienso en todo lo que hizo y en cuánto dio, me maravillo y me lleno de gratitud. Nunca hubo dudas acerca de nuestra relación, pero si las hubiera habido, las experiencias que tuvimos en 2013 las habrían disipado. Soy sumamente afortunada.

También quiero darle las gracias a mi madre, que vive en Michigan y está jubilada. Cuando le pedimos que viniera, tomó de inmediato un avión y se quedó con nosotros varios meses. No teníamos idea de qué podíamos esperar. Tenerla aquí desde el comienzo nos dio una gran paz interior. No puedo imaginar lo que ella sintió al ver a su nena soportar el tratamiento, porque su expresión nunca flaqueó. Fue como si estuviéramos de vacaciones juntas, disfrutando la compañía mutua. Armamos rompecabezas y vimos programas de televisión.

Salíamos a comer cuando los exámenes indicaban que podía hacerlo y cuando no era así, ella me traía comida. Tuve la suerte de poder hacer casi todo sin ayuda, pero sabía que ella estaba junto a mí cuando la necesitaba y por eso estoy agradecida.

Si desea más información sobre el Programa para Adolescentes y Jóvenes (AYA), llame al (813) 745-4736 o escriba por correo electrónico a AYA@Moffitt.org.