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Happy mother posing with smiling young daughter

Patti Halula
paciente asesora y copresidenta de la Junta Consultiva de Pacientes y sus Familias

Tener cáncer metastásico de mama viene con su propia serie de dificultades y emociones que surgen cada día de las formas más inesperadas. Durante la crianza de los hijos, esas dificultades y emociones pasan a otro nivel. Cuando me diagnosticaron el cáncer por primera vez, la noticia me impactó. Estaba pasando por la mejor época de la vida con mi esposo Michael y nuestra hija Grace, de 5 años.

Durante tres semanas no pude llevar a Grace a la cama porque me hacía llorar la idea de que no iba a verla crecer. Iba a perderme de todos los hitos dignos de celebración de la vida, como el primer día en la escuela, su primera relación romántica importante, su graduación y muchos más. La lista mental que hacía era interminable.

Durante esas tres semanas decidí que le iba a transmitir tantas enseñanzas sobre la vida como me fuera posible. Me centré en ella y me lancé con ímpetu a ser voluntaria en su escuela. Esa pequeña de 5 años no tenía ni idea de que le levantaba el ánimo a su mamá de muchas formas.

Grace, la hija de Patti

Grace, la hija de Patti, comenta que, aunque el diagnóstico de cáncer de su mamá afectó las experiencias de su infancia, no cambiaría esa época por nada del mundo. Lea la historia de Grace

Durante la quimioterapia, los días eran largos. Grace se acostaba antes de las 7 p. m. y yo me iba a la cama apenas una hora después, exhausta desde los puntos de vista físico y emocional.

Cuando uno tiene cáncer, se preocupa. Quiere proteger a sus seres queridos de la tristeza. Y se preocupa a todas horas por sus hijos. ¿Están asustados? ¿Tienen calificaciones bajas porque están sufriendo y tienen temor de decirlo? Siempre fui sincera con Grace. Pensé que al hacerlo la ayudaría a no estar tan asustada, especialmente cuando mi aspecto físico cambiara. Quizá si me veía todos los días en la escuela, eso le daría un sentido de normalidad a esta nueva vida.

Cuando estaba en el 5.o grado, Grace pidió un celular y le dije que no. Con inteligencia, se fue a su cuarto y en una hora tenía lista una presentación de todas las razones por las que debía tenerlo. La última razón me lanzó a un abismo emocional de cuyo borde colgaba a duras penas.

«Mami, ¿te imaginas qué siento cuando vas a Moffitt?», me preguntó. «Cuando la maestra me dice que vas a llegar tarde a recogerme, no se por qué. ¿Es porque estás varada en tráfico? ¿Porque el médico iba retrasado? ¿O porque el cáncer volvió?»

A pesar de los esfuerzos que había hecho por ser transparente con ella, resulta que se preocupaba cada vez que yo tenía una cita. Después de un rato de lágrimas y abrazos, le conseguimos a Grace un celular para que estuviera tranquila.

No hay un manual para la crianza de los hijos, especialmente si uno de los padres tiene cáncer. Uno se levanta cada mañana y hace lo mejor que puede. Como le he dicho a Grace muchas veces a lo largo de sus propias dificultades durante la juventud, unos días son de diamante y otros son de piedra. Pero tenemos el don de elegir: un don tan grande que ni el cáncer nos lo puede robar. Si ella aprende esa lección, le habré dado la herramienta más importante para lidiar con la vida.

Moffitt brinda muchos recursos para ayudar a los pacientes a comunicarse acerca del cáncer en la familia. Si desea más información, llame a la oficina de Trabajo Social al (813) 745-8407 y pida que le comuniquen con un trabajador social.