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Daughter smiling in nature

Grace Halula (17 años)
hija de Patti Halula

Desde fuera da la impresión de que tuve una niñez normal, pero lo que viví fue muy diferente, porque crecí con una madre que tiene cáncer.

En realidad, ella nunca tuvo que darme la noticia de su enfermedad. Eso era algo de lo que ya se hablaba desde que comencé a entender palabras. En mis primeros años de vida, el cáncer de mi madre no estaba activo. Los años de mi desarrollo fueron relativamente fáciles. Cuando tenía 6 años, la enfermedad de ella comenzó a empeorar. Si yo quería jugar afuera, la respuesta ya no era sí sino no. Lo que antes se comentaba como algo habitual en mi casa se había vuelto bastante grave.

Patti y Grace

Patti nos comenta que no hay libro de instrucciones para criar a un hijo, y especialmente cuando se tiene cáncer. Lea la historia de Patti

Desde entonces comencé a tomarme muy en serio y a conciencia todo lo que tenía que ver con mi madre. Por lo menos lo intentaba de la mejor forma en que podía hacerlo una niña. Siempre sentía ansiedad cuando ella decía que tenía una consulta médica o cuando en la escuela se recibía una llamada para decir que llegaría tarde a recogerme.

Con frecuencia yo llevaba un relicario con su foto, especialmente en los días en que ella tenía una cita.

A medida que yo crecía y entendía por completo la situación, la relación entre mi madre y yo se hacía cada vez más estrecha. Había ocasiones en las que ella no estaba presente en acontecimientos y recuerdos importantes, por ejemplo, cuando toqué en mi primera competencia de banda. Era un poco triste para mí. Vivía con la ansiedad de que algo le sucedería y de que no iba a poder vivir esos momentos con ella. Saber que de todas formas podía verla y contarle todo al llegar a casa me hacía sentir mejor.

Cuando comencé a conducir y a pasar más tiempo con mis amigos, me volví menos dependiente de mi madre. Las separaciones me hacían sentir más culpable cuando salía corriendo en el último segundo y se me olvidaba el relicario. Sin embargo, siempre podía regresar a casa y hablar con ella de sus citas y de cómo había pasado el día. Realmente nunca me distancié mucho de ella porque entendía y agradecía el tiempo que pasábamos juntas.

Aunque es terrible pensar en tener que contarle a un hijo o familiar que uno tiene cáncer, me llena de gratitud que mi madre me hubiera contado. Me ha dado la oportunidad de tener una relación mucho más estrecha con ella. Valoro de verdad todo el tiempo que pasamos juntas, trátese de las discusiones típicas de madre e hija, de los momentos emotivos o de todos los momentos felices. Jamás doy por sentado ninguno de los instantes que paso con ella.

Sin duda, vivir con mi madre y ser consciente de su enfermedad influyó en mis experiencias durante la niñez, pero tuve una niñez con ella y no la cambiaría por nada.

Moffitt brinda muchos recursos para ayudar a los pacientes a comunicarse acerca del cáncer en la familia. Si desea más información, llame a la oficina de Trabajo Social al (813) 745-8407 y pida que le comuniquen con un trabajador social.